San Bernardino de Siena

1380–1444

 Biografía

Rothbard define a San Bernardino como el «gran sistematizador de la economía escolástica» y, a pesar de esto, reconoce que casi todas las ideas económicas del santo fueron simples repeticiones de las ideas de Pedro Juan de Olivi: su tratado de economía, Sobre los contratos y la usura (una de las primeras obras sistemáticas dedicadas a esta ciencia) incorpora muchas ideas del autor francés, del que muchas veces copia literalmente párrafos enteros. Rothbrad subraya, además,  la paradoja que supone el hecho de que el gran sistematizador de la teoría económica escolástica fuera un «rígido y ascético santo franciscano».

San Bernardino nació en Massa Marittima el 8 de septiembre de 1380 y, después de quedarse huérfano, se mudó a Siena, donde empezó sus estudios. Ya a los 22 años comenzó una larga peregrinación, y fue un predicador muy famoso y escuchado, miembro de la ascética Orden de los Franciscanos Observantes. En la figura de San Bernardino se reúnen dos personalidades muy diferentes: por un lado, el predicador asceta que en sus sermones condenaba los peligros del mundo de la época y del oficio de la mercadería; por otro, un atento y perspicaz observador del entorno económico y mercantil, capaz de entender el mundo capitalista; para entenderlo aplicaba la más estricta lógica, sin dejar que los prejuicios afectaran su pensamiento y sus conclusiones. En el 1430 fue nombrado vicario general de los Franciscanos Observantes. Tres veces le ofrecieron el episcopado en Siena, Urbino y Ferrara, pero no aceptó, porque no quería dejar de lado la predicación. Murió en Aquila el 20 de mayo de 1444.

Obras y pensamiento

Su obra más importante, desde el punto de vista económico, es Sobre los contratos y la usura (1433). San Bernardino demuestra que entiende muy bien la dinámica de la realidad comercial que lo rodea y afirma que el comercio es lícito y honesto, porque es muy útil para toda la comunidad en general, para quien compra los bienes, y para el comerciante, que por su oficio obtiene un beneficio justo, gracias a su industria, diligencia y ingenio; es decir, a su capacidad, perspicacia y creatividad. San Bernardino no considera el comercio como intrínsecamente pecaminoso, sino admite que en todas las profesiones hay posibilidad de cometer pecados, y la actividad del comerciante es muy valiosa y útil: transportar bienes desde sitios donde son abundantes a sitios donde hay escasez, o conservarlos y guardarlos para momentos futuros, en los que los consumidores los demandarán. En particular, San Bernardino enumera cuatro propiedades necesarias para tener éxito como empresario: la “industria”, entendida como eficiencia o diligencia: es decir, estar bien informado sobre precios, costes y cualidades de los productos; la “sollicitudo” o responsabilidad, que se refiere la capacidad de estar atento a los detalles y llevar las cuentas; “el trabajo”, entendido como empeño; y los “perícula”, término que en latín significa riesgo.

La teoría del valor, basada en la utilidad subjetiva, que se encuentra en las obras de San Bernardino, es copiada literalmente de la de Pedro Juan de Olivi. Dice el santo: «… en cada cosa que tenga un valor se pueden observar tres calidades o características: su virtud, su escasez y su capacidad de satisfacer las necesidades humanas». Esta es la parte que también San Antonino transcribe literalmente en su Summa. Sostiene el santo que el valor de las cosas depende primero de su virtud o su esencia: es decir, de las características intrínsecas del bien; en segundo lugar, de su escasez: cuanto más escaso es un bien, céteris paribus, su valor será mayor; y, en tercer lugar, de su complacibilitas: «ció che ha di lusinghevole»; es decir, de su capacidad de satisfacer las necesidades humanas; su utilidad, considerada desde el punto de vista del sujeto. Por lo que pertenece el precio, dice San Bernardino: «El precio justo es el precio conforme a la estimación de la plaza; es decir,  el valor de la cosa que se quiere vender, que comúnmente se estima en un determinado tiempo y lugar; y cuando un individuo transfiere mercancías de un sitito a otro, puede venderlas al precio de este lugar». Además, San Bernardino anticipa en cinco siglos el análisis austriaco-jevoniano de la oferta y del coste: el coste del trabajo, la habilidad y el riesgo, dice el santo, no afectan directamente al precio, pero afectan la oferta de la mercancía, y, coeteris paribus, las cosas que requieren más esfuerzo o destreza para ser producidas tenderán a ser más caras.

En cuanto a la usura, San  Bernardino, lo mismo que San Antonino, fue más tradicionalista y no se alejó mucho de la interpretación oficial de la Iglesia. Siendo su primera preocupación salvar las almas de los ciudadanos, en el tema de la usura dejaba de lado el razonamiento económico y puramente lógico, para adoptar una postura casi dogmática. Tres eran, según el santo, los pecados más peligrosos en las ciudades de la época: la soberbia, la lujuria y –el más peligroso de los tres, por ser causa de los mayores problemas sociales– la avaricia. A pesar de la profundidad del análisis económico de la realidad de la época en sus sermones, prevalece en él una visión moralista de la pobreza y de la riqueza; el autor señala la usura como causa primera de la miseria: «Usurero, devorador de los pobres, serás castigado por tus pecados. Usurero, que has prestado… y bebido la sangre de los pobres, cuánto daño has hecho y cuánto has pecado en contra de los mandamientos de Dios». Es cierto que San Bernardino comprendió la diferencia entre el simple dinero estéril y el capital, entendido como dinero destinado a la inversión en negocios rentables (dinero que tiene un cierto carácter seminal de algo provechoso y que, por lo tanto, no pretende solamente la devolución del nominal, sino, además, de un valor sobreañadido o superadjunctus), y apoyó el concepto de lucrum cessans (concepto clave en la futura abolición del pecado de usura): o sea que es moral cobrar intereses sobre un préstamo iguales a la rentabilidad sacrificada, u oportunidad perdida, en una inversión legítima; pero limita el concepto de lucrum cessans solamente a los casos de préstamos por caridad y no a los prestamistas profesionales. A pesar de entender la diferencia entre dinero estéril y capital, y de intuir el concepto del coste de oportunidad, su preocupación moralizadora prevaleció sobre la estricta deducción lógica en el caso de la usura.

Finalmente, San Bernardino fue uno de los primeros en la historia en intuir el concepto de preferencia temporal: es decir, que los hombres prefieren bienes presentes a bienes futuros (o mejor dicho, la expectativa en el presente de bienes que se obtendrán en el futuro). Este concepto vendrá enunciado con más claridad, probablemente bajo la influencia de la obra del santo, por parte de Martín de Azpilcueta, el doctor Navarro (1493-1586), uno de los escolásticos de la Escuela de Salamanca: «Un derecho sobre alguna cosa vale menos que la cosa misma, y… es patente que aquello que no puede utilizarse hasta dentro de un año tiene menos valor que algo de iguales característica que pueda utilizarse de inmediato».

 Bibliografía

  • Opera Omnia, 8 vol., Florencia 1950-1963.
  • De contractibus et usuris, Strasburg, Enrico de Rimini, 1474.
  • Istruzioni morali intorno al trafico de all’usura e con varie annotazioni illustrate per commodo de utile de’ negozianti, Venecia, 1774.
  • Le prediche volgari di San Bernardino da Siena dette nella Piazza del Campo l’anno 1427, Luciano Bianchi, 3 vol., Siena, 1880-1888.
  • Le prediche volgari, Piero Bargellini, Roma, 1936.
San Bernardino de Siena

San Bernardino de Siena

1380–1444
San Bernardino de Siena

 Biografía

Rothbard define a San Bernardino como el «gran sistematizador de la economía escolástica» y, a pesar de esto, reconoce que casi todas las ideas económicas del santo fueron simples repeticiones de las ideas de Pedro Juan de Olivi: su tratado de economía, Sobre los contratos y la usura (una de las primeras obras sistemáticas dedicadas a esta ciencia) incorpora muchas ideas del autor francés, del que muchas veces copia literalmente párrafos enteros. Rothbrad subraya, además,  la paradoja que supone el hecho de que el gran sistematizador de la teoría económica escolástica fuera un «rígido y ascético santo franciscano».

San Bernardino nació en Massa Marittima el 8 de septiembre de 1380 y, después de quedarse huérfano, se mudó a Siena, donde empezó sus estudios. Ya a los 22 años comenzó una larga peregrinación, y fue un predicador muy famoso y escuchado, miembro de la ascética Orden de los Franciscanos Observantes. En la figura de San Bernardino se reúnen dos personalidades muy diferentes: por un lado, el predicador asceta que en sus sermones condenaba los peligros del mundo de la época y del oficio de la mercadería; por otro, un atento y perspicaz observador del entorno económico y mercantil, capaz de entender el mundo capitalista; para entenderlo aplicaba la más estricta lógica, sin dejar que los prejuicios afectaran su pensamiento y sus conclusiones. En el 1430 fue nombrado vicario general de los Franciscanos Observantes. Tres veces le ofrecieron el episcopado en Siena, Urbino y Ferrara, pero no aceptó, porque no quería dejar de lado la predicación. Murió en Aquila el 20 de mayo de 1444.

Obras y pensamiento

Su obra más importante, desde el punto de vista económico, es Sobre los contratos y la usura (1433). San Bernardino demuestra que entiende muy bien la dinámica de la realidad comercial que lo rodea y afirma que el comercio es lícito y honesto, porque es muy útil para toda la comunidad en general, para quien compra los bienes, y para el comerciante, que por su oficio obtiene un beneficio justo, gracias a su industria, diligencia y ingenio; es decir, a su capacidad, perspicacia y creatividad. San Bernardino no considera el comercio como intrínsecamente pecaminoso, sino admite que en todas las profesiones hay posibilidad de cometer pecados, y la actividad del comerciante es muy valiosa y útil: transportar bienes desde sitios donde son abundantes a sitios donde hay escasez, o conservarlos y guardarlos para momentos futuros, en los que los consumidores los demandarán. En particular, San Bernardino enumera cuatro propiedades necesarias para tener éxito como empresario: la “industria”, entendida como eficiencia o diligencia: es decir, estar bien informado sobre precios, costes y cualidades de los productos; la “sollicitudo” o responsabilidad, que se refiere la capacidad de estar atento a los detalles y llevar las cuentas; “el trabajo”, entendido como empeño; y los “perícula”, término que en latín significa riesgo.

La teoría del valor, basada en la utilidad subjetiva, que se encuentra en las obras de San Bernardino, es copiada literalmente de la de Pedro Juan de Olivi. Dice el santo: «… en cada cosa que tenga un valor se pueden observar tres calidades o características: su virtud, su escasez y su capacidad de satisfacer las necesidades humanas». Esta es la parte que también San Antonino transcribe literalmente en su Summa. Sostiene el santo que el valor de las cosas depende primero de su virtud o su esencia: es decir, de las características intrínsecas del bien; en segundo lugar, de su escasez: cuanto más escaso es un bien, céteris paribus, su valor será mayor; y, en tercer lugar, de su complacibilitas: «ció che ha di lusinghevole»; es decir, de su capacidad de satisfacer las necesidades humanas; su utilidad, considerada desde el punto de vista del sujeto. Por lo que pertenece el precio, dice San Bernardino: «El precio justo es el precio conforme a la estimación de la plaza; es decir,  el valor de la cosa que se quiere vender, que comúnmente se estima en un determinado tiempo y lugar; y cuando un individuo transfiere mercancías de un sitito a otro, puede venderlas al precio de este lugar». Además, San Bernardino anticipa en cinco siglos el análisis austriaco-jevoniano de la oferta y del coste: el coste del trabajo, la habilidad y el riesgo, dice el santo, no afectan directamente al precio, pero afectan la oferta de la mercancía, y, coeteris paribus, las cosas que requieren más esfuerzo o destreza para ser producidas tenderán a ser más caras.

En cuanto a la usura, San  Bernardino, lo mismo que San Antonino, fue más tradicionalista y no se alejó mucho de la interpretación oficial de la Iglesia. Siendo su primera preocupación salvar las almas de los ciudadanos, en el tema de la usura dejaba de lado el razonamiento económico y puramente lógico, para adoptar una postura casi dogmática. Tres eran, según el santo, los pecados más peligrosos en las ciudades de la época: la soberbia, la lujuria y –el más peligroso de los tres, por ser causa de los mayores problemas sociales– la avaricia. A pesar de la profundidad del análisis económico de la realidad de la época en sus sermones, prevalece en él una visión moralista de la pobreza y de la riqueza; el autor señala la usura como causa primera de la miseria: «Usurero, devorador de los pobres, serás castigado por tus pecados. Usurero, que has prestado… y bebido la sangre de los pobres, cuánto daño has hecho y cuánto has pecado en contra de los mandamientos de Dios». Es cierto que San Bernardino comprendió la diferencia entre el simple dinero estéril y el capital, entendido como dinero destinado a la inversión en negocios rentables (dinero que tiene un cierto carácter seminal de algo provechoso y que, por lo tanto, no pretende solamente la devolución del nominal, sino, además, de un valor sobreañadido o superadjunctus), y apoyó el concepto de lucrum cessans (concepto clave en la futura abolición del pecado de usura): o sea que es moral cobrar intereses sobre un préstamo iguales a la rentabilidad sacrificada, u oportunidad perdida, en una inversión legítima; pero limita el concepto de lucrum cessans solamente a los casos de préstamos por caridad y no a los prestamistas profesionales. A pesar de entender la diferencia entre dinero estéril y capital, y de intuir el concepto del coste de oportunidad, su preocupación moralizadora prevaleció sobre la estricta deducción lógica en el caso de la usura.

Finalmente, San Bernardino fue uno de los primeros en la historia en intuir el concepto de preferencia temporal: es decir, que los hombres prefieren bienes presentes a bienes futuros (o mejor dicho, la expectativa en el presente de bienes que se obtendrán en el futuro). Este concepto vendrá enunciado con más claridad, probablemente bajo la influencia de la obra del santo, por parte de Martín de Azpilcueta, el doctor Navarro (1493-1586), uno de los escolásticos de la Escuela de Salamanca: «Un derecho sobre alguna cosa vale menos que la cosa misma, y… es patente que aquello que no puede utilizarse hasta dentro de un año tiene menos valor que algo de iguales característica que pueda utilizarse de inmediato».

 Bibliografía

  • Opera Omnia, 8 vol., Florencia 1950-1963.
  • De contractibus et usuris, Strasburg, Enrico de Rimini, 1474.
  • Istruzioni morali intorno al trafico de all’usura e con varie annotazioni illustrate per commodo de utile de’ negozianti, Venecia, 1774.
  • Le prediche volgari di San Bernardino da Siena dette nella Piazza del Campo l’anno 1427, Luciano Bianchi, 3 vol., Siena, 1880-1888.
  • Le prediche volgari, Piero Bargellini, Roma, 1936.